viernes, 26 de noviembre de 2010

Articulo que nos compartió el embador de España en Budapest

TRIBUNA ABIERTA
ESPAÑA DESDE BUDAPEST
POR ENRIQUE PASTOR DE GANA

Cuando el pasado domingo 11 de julio salí desde la Embajada para dirigirme caminando hacia la calle Vorosmarty, emplazamiento de nuestro Instituto Cervantes de Budapest, lugar donde se había instalado una pantalla para ver la final del Mundial, comenzaron a embargarme pensamientos sobre el futbol, muy especialmente sobre el futbol criado en estas tierras orillas del Dunabio. Hungría ha sido cuna de grandes futbolistas, con una maravillosa selección, aquella de 1954 El equipo de oro <>. Puskas, Czibor, Kocsis, Bozsik, Hungría y su bellísima capitán siguen rindiendo adoración permanente por el mejor jugador que han dado en su historia, y que acabo deleitando a los aficionados españoles. Puskas Ferend. Puskas Pancho, tal y como se ve escrito en tantos rincones de Hungría. Cañoncito Pum para los madrileños. La veneración por aquel gran 10 del Real Madrid ha seguido tan viva en este país, que hace pocos años se construyo, con ayuda de su antiguo club, una Academia que lleva su nombre en Felcsut. El hoy primer ministro del país, Viktor Orban, gran aficionado al futbol, es su gran valedor, y hace pocos meses, tuve la honra de entregarle en la Embajada de España, no se si intuyendo que algo importante aguardaba al futbol español, la camiseta del capitán de la selección española.
Ya entrados en junio, y conforme avanzaba el calendario en Sudáfrica, la sensación del <>, iba acrecentándose en los aficionados españoles y sobre todo se agolpaban en mi mente recuerdos de tantos partidos de futbol vividos desde mi infancia y juventud. Futbol en Bilbao, cuyos domingos se repartían entre Las Llanas, Lasesarre o Basoselai, a las mañanas y las tardes en San Mames. Tardes invernales en Madrid. Futbol a las cuatro. Autobuses desde Cibeles a Chamartín de la mano de mi padre. Otras veces el Metropolitano, para ver jugar Grosso vestido de rojiblanco como gesto inolvidable de un presidente inigualable. Camaradería y generosidad entre rivales madrileños. Luego un largo recorrido siguiendo al club cuyos guardametas en aquellos años marcaron un estilo diferente. Juanito Alonso, Rogelio Domínguez. Campos de Sport del Sardinero, Los Cármenes, Carlos Tartiere, Lluis Sitjar… Sin embargo, mis recuerdos más emocionantes eran los vividos cerca de nuestra Selección Nacional. Habiendo sido el domicilio familiar durante la infancia y la adolescencia, el numero 9 de la calle Alberto Bosch de Madrid, mi sino estaba cantado. Crecí y viví y me hice hombre viendo las colas de los aficionados acercándose a retirar las entradas para los partidos internacionales en los locales de la Real Federación Española de Futbol. ¡Que tiempos! Pegados al transitor. Televisión en blanco y negro, Copa del Mundo de Chile, Viña del Mar, nuevas decepciones a pesar de los extraordinarios jugadores que jugaban entonces en la selección española. En aquellos años empecé a viajar, cuando podía, siguiendo a la Selección. Mundial de Inglaterra, partidos en añejos campos, Villa Park, Hillsborough. Aquel gol de Sanchis, corriendo la banda con sus medias cidas. Luego Alemania, en Birmingham, apeándonos de la siguiente ronda. Mundial de Estados Unidos. Chicago y Washington. Estadios con sabor a futbol americano, Soldier Field, Kennedy Stadium, descubriendo lo que empezaba a ser el germen de una nueva leyenda, algo que algunos, quizá muchos miles, soñábamos ya con que un día nuestra Selección ganaría la Copa del Mundo.
Cuando fueron naciendo los hijos, quise convencerme y de hecho convenzo a su madre, compañera fiel en tantos partidos de futbol, que no hay mejor manera de hacer familia que pasando las tardes de los domingos juntos todos en un campo de futbol. Entrando en el nuevo siglo, partidos de preparación para otros mundiales. Belfast, Windsor Park, con Camacho de Mister, acompañando al presidente de la Federación, mi viejo y fiel amigo Ángel María Villar y a su hijo. Por entonces constaba en mi fuero interno que la magia del futbol no decrecía dentro de mí. Conservaba en algún cajón viejas postales con firmas de jugadores míticos, después de que el equipo de mis amores ganase la Copa Latina del año 1954, en el Parque de los Príncipes de Paris, recuerdo entrañable que me habían traído mis padres. Todavía tengo en la memoria el autógrafo en tinta verde de varios jugadores, Lesmes, Muñoz, Gento, Zarraga. Vallisoletanos, madrileños, catabros, vascos, todos reunidos en un equipo que empezaba a fraguar una imagen única en la primera época de oro del futbol español de clubes.
En mi camino hacia la pantalla gigante instalada en la Calle Vorosmarty, frente a nuestro Instituto Cervantes, iba pensando que poseyendo ya la insignia de oro del Club de Chamartín, seria una gran ilusión aspirar a algo similar tras haber seguido mas de 50 años a nuestra selección. La noche de ese domingo en Budapest, se presentaba con buenos augurios. Ambiente festivo en la ciudad, la calle del Instituto Cervantes, cerrada al trafico, llena hasta la bandera con cientos de aficionados españoles y húngaros, dispuestos a disfrutar de una final inédita, esperando que España pudiese acariciar y finalmente poseer el anhelado trofeo dorado que ha venido siendo tan esquivo a todo un país que vive el futbol con pasión. Cuando marca el gol Iniesta, la alegría y la ambición se desbordan. Abrazos, besos, sonrisas plenas, limpias, de sana alegría y orgullo. Ahí estábamos juntos españoles, uruguayos, ecuatorianos, argentinos, franceses, mexicanos, húngaros y muchos aficionados y amigos de España de otros tantos países. Llega luego el pitido final de Mr. Webb. ¡Que lastima de referee! Los dos equipos se merecían otro árbitro mejor. Que bien estuvo en cambio Mr. Kassai, el árbitro húngaro que dirigió el partido con Alemania en semifinales.
Si tuviera que quedarme con una imagen final, resumen de estas semanas mágicas para España y los españoles, elegiría el abrazo entrañable de Iker Casillas con Carles Puyol. Abrazo cerrado, signo imperecedero de amistad, unión, compañerismo, generosidad, entrega, en fin, de todo lo que significa para España el espíritu de nuestra Selección nacional. ¿Y que decir del <>?. No podía fallarnos. Desde sus tiempos del Salmantino y su posterior llegada a Madrid he ido siguiendo sus pasos. Primero como jugador y posteriormente como entrenador. Le admiro como persona humana. A el y a su familia sobre todo a Álvaro, hijo entrañable que como nuestro Enrique, han servido, gracias a Dios, para unir mas a la familia. Ejemplo de ponderación, modestia y señorío, humildad e inteligencia, generosidad y fidelidad. Tanto a su club, como a su Selección, que siempre ha pensado es la de todos, y ahora en este año maravilloso para el futbol español, Vicente del Bosque no cesa de repetir, eso si en voz queda y sin querer dar lecciones a nadie, que el espíritu que anida en este grupo humano de jugadores, técnicos, médicos, ayudantes y un largo etc. de personas, es el espíritu de unión. Un espíritu generoso y abierto, cuyo orgullo mayor, tal y como estamos viendo, se cifra en llenar de felicidad a muchos millones de españoles en todos los rincones de España y también fuera de nuestras fronteras a los españoles desparramados por el mundo.
Cuando me preguntaron los periodistas húngaros sobre que pensaba al ver a Casillas levantar el trofeo, respondí que una inmensa alegría y un gran orgullo de representar a un viejo y sabio país, que con fe y unión han sabido históricamente estar a la altura de lo que se espera de nosotros. Ahora y pese a las turbulencias de todo tipo, que nos sacuden, también lo haremos. No hemos podido empezar mejor en este caluroso mes de julio. Los españoles de todo lugar y condición, por la magia y entrega de nuestra selección nacional de futbol, empiezan a recuperar la admiración por el esfuerzo, el trabajo bien hecho y sobre todo recuperar el valor de reivindicar como suya una bandera y un escudo que durante tantos años se exhibía con timidez. Y con la resaca feliz de un país que colectivamente ha crecido tanto durante estos días, me quedo finalmente con la imagen y el sonido de las palabras de S.M. el Rey, en la recepción en el Palacio Real a la Selección española: <>. El deporte rey, junto a su Rey.
¡Que gran pueblo y que gran Señor! Gracias Majestad.

 
Enrique Pastor de Gana es embajador de España en Budapest